
Un día cuando estaba en la primaria tuve el valor luego de poco más de medio año, de invitar a la niña que me gustaba a salir. Terminé invitándola no se cómo a cine, a ver una película de la que no tenía ni la menor idea. Ella terminó aceptando y luego di media vuelta y me fui campante a casa.
Recuerdo que el conté a mi mamá lo que por fin había querido hacer por meses y era invitar a la niña que me gusta a cine. Ella encantada me felicitó y luego me hizo la pregunta que me dejó frío; «¿Cómo vas a pagar esa invitación?».
Cuando escuché esa pregunta, me quedé completamente en blanco, no tenía ni la menor idea de que hacer eso costará dinero. En vista de que me habían enseñado a solucionar los problemas que se presentarán por mi cuenta, de inmediato pensé en consultar a uno de los niños más grandes de la cuadra como hacía para conseguir dinero y salir con las niñas.
Su respuesta me dejó aun más consternado, ya que él solo le decía a su papá que le diera dinero para salir. Yo no podía hacer eso ya que me papá había muerto hacia un año. Sin embargo también me dijo >»Pídele a tu mamá que te de dinero, o puedes trabajar para ganar lo que necesitas y atender bien a mi invitada»<.
En ese orden de ideas no me atrevía a pedirle dinero a mi mamá. Si bien el negocio que mi papá dejó generaba lo suficiente para cubrir las necesidades, a veces me regañaban por pedir dinero para el recreo en el colegio. Así que esa opción no era para mi o eso pensaba yo. Luego estaba la opción de trabajar, así que busqué a algún vecino en la cuadra que necesitara ayuda y me pudiera pagar, y resulto que todos necesitaban ayuda, pero ninguno podía pagarme; esa tarde trabajé gratis.
Se acercaba la hora de la cita y lo único que pensé hacer fue dar la cara. Así que me aliste, me peiné y busque en mi cajón de juguetes unas monedas que tenía celosamente guardadas para evitar que mis hermanos las gastarán, y compré unos dulces, no para comerlos sino para ofrecerle a ella como único regalo que podía dar.
Recuerdo que me sentí tan desolado cuando iba saliendo del negocio, ya que vivíamos en la parte de atrás en un apartamento en el que cabíamos. Y aun así estaba decidido a cumplir mi compromiso. De repente mi madre me llamó y me hizo la misma pregunta «¿Cómo vas a pagar esa invitación?». Para ese momento ya estaba completamente abolido, así que le dije «No voy a pagar nada, porque no conseguir dinero, solo unos dulces». Recuerdo que sacó sus manos de su espalda y me dio una flor y un billete de 10mil pesos, a hoy serían unos 3 dólares.
Tuve una sensación dual, entre fracaso y victoria. Y como ya se acercaba la hora de mi cita, le di gracias a mi madre por su aporte y me fui contento porque ya tenía para las entradas de cine.
Llegué a la entrada del establecimiento unos minutos antes de la hora, y vi cómo los chicos más grandes entraban en fila a ver la película de la que no tenía ni la menor idea. Así paso el tiempo, llego la hora de la cita y yo seguía esperando, con paciencia. Luego escuché como presentaron los crédito y el inicio de la película mientras seguía esperando afuera a que mi cita llegara.
Así pasaron casi 40 minutos después de la hora y tuve uno de mis primeros fracasos. Para no hacer más larga la historia, no entré a ver la película ya que la señora de la taquilla me dijo que no la entendería por entrar tan tarde y no me vendió el boleto. Terminé caminando a casa lentamente pensando en el por qué no asistió a la cita.
Cuando llegué a casa, todos me preguntaron «¿Cómo te fue?» y yo respondí un montón de veces lo mismo «Ella no fue». Le regresé el dinero a mi mamá y le regale la flor a mi hermanita menor.
Lo curioso de uno de mis primero fracasos es que aprendí primero a conseguir dinero para luego sí invitar a otra niña a salir. Pero también aprendí a asegurarme de que mis invitaciones quedarán en firme para no volver a perderme de ninguna película.
Fue demasiado el estrés por conseguir dinero para esa primera cita, que cualquier cosas que necesitaba primero lo presupuestaba.